Como cualquier espacio territorial del mundo, México ha sido escenario de grandes desastres naturales: sequías, inundaciones, erupciones volcánicas y terremotos, entre otras calamidades.
Los mexicas conocían la existencia de los temblores volcánicos y tectónicos según lo refieren códices como el Aubin y el Telleriano. En la época colonial, Francisco Javier Clavijero y fray Bernardino de Sahagún reportaron con detalle los efectos de varios sismos importantes en el país.
A fines del siglo XVIII una forma curiosa de medir estos fenómenos podía ser el rezo, tal como lo consignó en su edición del 5 de abril de 1768 la Gaceta de México al reseñar: "El terremoto de ayer al amanecer el día, tuvo una intensidad de credo y medio".
Entre la documentación resguardada en el AGN hay referencia de dos sismos ocurridos en la primera década del siglo XIX, justamente previo al inicio del Grito de Dolores y durante la lucha independentista. En un informe dirigido al virrey por el gobernador de la provincia de Baja California, Felipe de Goicoechea, éste alude al sismo ocurrido el 27 de agosto de 1810 y a sus continuas réplicas que causaron daños graves, ya que destruyeron los edificios principales y provocaron amplias y numerosas grietas en el suelo; debido a que muchas zonas quedaron inhabitables; se pedía autorización para que los damnificados pudieran trasladarse a otras localidades.
El otro documento es un oficio donde se informa que el rey fue enterado de los daños causados por los temblores ocurridos en la ciudad de México, Veracruz, Oaxaca y pueblos aledaños los días 9 y 12 de marzo de 1819.
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